CÉFALO

Incoherentes sueños me explicaron porqué hay un halo en la luna, pero aún asi, nunca pude verlo, hasta el día que vi mi primera estrella; no resultaron ser nada más que falsos astros que me condujeron... en realidad no me condujeron... ilusamente los seguí, los seguí por caminos tan retorcidos que las vueltas me estrangularon en sus inocentes giros, y aún asi, seguía caminando, sin importar cuan profundas fueran mis quemaduras en esa jornada de llamas, casi hasta el punto en que llegaba a disfrutarlo, pero siempre apuntando hacia el halo de la luna, caminando sin un rumbo. Apareció una nueva estrella (en realidad nunca dejó de existir) con una luz tan azul como la luna; sabiéndola una coralilla, aún asi decidí seguirla por temor a no perder al verdadero halo; camino sin retorno... su destello me apresó sin importar cuanto tratara de zafarme. Me arranqué los ojos, pero aún la veía; Me arranqué las orejas; pero aún escuchaba esa luz, viciosa, llamándome. Una enredadera de espinas creció alrededor de mi cuerpo; ahí permanecí por un tiempo que sólo el Altísimo conoce. Me llevaron agua, me llevaron pan, pero mis fuerzas no volvían. Hasta que la cálida noche, en su gélida gracia, incrustó la imagen del halo dentro de mí. Mis heridas sanaron, volví a ver, volví a oír, hasta que pude librarme de esas espinas que gozaban su apogeo. Libre a la noche, contemplé el cielo; sentía el halo en mi, sentía su verdadero llamado; pero no lo obedecí. Estúpidamente lo di por olvidado, así como todos aquellos sueños que se le unían; mi vida estaba en su mejor momento, envidiable, pero el halo latía en mí. Así apareció la última estrella; no alzé la cabeza, ella bajó; no la seguí, ella me guió y no la contemplé; pero algo resonaba con mi propio halo. Mi nueva convicción: seguir esa última estrella, no por mis sueños, sino por mí. En el momento en que osé alzar mi cabeza, en el momento que se distinguía un ligero destello azulino, ocurre lo imposible: UNA ESTRELLA SE ESCAPA.